por GABY Sáb Sep 01, 2012 10:43 pm'¿Nos tenemos que cortar las venas?'
¿Hasta qué punto debe estar desesperado un trabajador para encerrarse a 400 metros bajo tierra con más de 600 kg de explosivos para defender su empleo? ¿Quién aceptaría vivir y trabajar en una zona con alta concentración de gases tóxicos poniendo en grave riesgo su salud a cambio de no ir al paro?
En Italia la crisis está llevando a cientos de trabajadores a extremos desesperados para evitar que la recesión les aboque a situaciones aún más críticas. Hace cuatro días, más de un centenar de mineros de Cerdeña se encerraron en una mina de carbón para pedir al Gobierno que garantice el futuro de sus empleos. Mientras, en Taranto, en el sur de Italia, miles de trabajadores continúan protestando contra la decisión de un juez de cerrar parte de una empresa siderúrgica –la mayor de Europa- por no respetar las medidas de seguridad y emitir gases tóxicos contaminantes, lo que habría provocado, según un estudio, 11.000 muertes en los últimos años.
"Estamos preparados para permanecer aquí hasta que obtengamos una respuesta del Gobierno que asegure el futuro de la mina", dice Sandro Mereu, un minero de 54 años con casi 30 de experiencia. Un futuro incierto por el que están dispuestos a todo. "No nos hagáis perder la razón... es la razón para vivir" se puede leer en un cartel colocado a la entrada del pozo Nuraxi Figus, a unos 70 kilómetros de Cagliari. Pero la razón la pueden empezar a perder si desde Roma no llega pronto una respuesta a su demanda.
Desde el pasado domingo Mereu junto con un centenar de compañeros, permanece encerrado en un pozo a la espera de que el Gobierno les escuche. Reclaman el desbloqueo de un proyecto conjunto entre Enel y su empresa, Carbosulcis, para construir una central eléctrica alimentada por carbón, lo que les permitiría diversificarse y garantizaría su futuro.
"Estamos tan desesperados como para defender con dientes un trabajo de desesperados", dice al periódico 'La Repubblica' Antonello Cherchi, que trabaja bajo tierra desde hace 32 años. "La mina no es una fábrica, es una sociedad paralela, solidaria pero muy dura". Vivir sin sol "no es vida" dice Cherchi, pero "si quieres mantener a la familia, tienes que luchar para conservar este trabajo y esperar que un día tu hijo pueda entrar en la mina, porque aunque ha ido a la universidad y ha buscado trabajo incluso en el extranjero, no ha encontrado nada".
Un gesto desesperado
Tan desesperados como para cortarse las venas de una muñeca en un gesto dramático. "¿Es esto lo que tenemos qué hacer? ¿Nos tenemos que cortar?", grita Stefano Miletti, uno de los líderes de la protesta, mientras se autolesiona delante de los periodistas que aguardan frente a la mina.
Un gesto que demuestra el nerviosismo que se vive dentro del pozo y que ha sorprendido a sus propios compañeros de encierro. Miletti fue traslado inmediatamente a un centro hospitalario donde permanece en observación. Su estado no reviste gravedad, pero dentro de la mina, la presión continúa. "Estamos dispuestos a todo", dice Giancarlo Sau mientras mira de reojo a la habitación blindada que almacena los más de 600 kg. de explosivos y 1.200 detonadores.
Los mineros han recibido la solidaridad del presidente de la República, Giorgio Napolitano, que se ha mostrado "profundamente partícipe" de su lucha. Pero desde Roma el futuro de la mina se ve borroso. "El proyecto de reconversión no se mantiene porque costaría unos 250 millones de euros al año durante ocho años" asegura el subsecretario de Economía, Claudio De Vincenti. El Ejecutivo está trabajando en una alternativa para los trabajadores de la zona pero los mineros quieren hechos y no palabras. Aseguran que continuarán con su encierro porque la alternativa, a día de hoy, es el paro.
Hasta 11.000 muertos por gases nocivos en siete años
A más de 1.000 kilómetros de distancia de los mineros, en Táranto, en el sur de Italia, miles de personas protestan desde hace meses por el cierre parcial de la mayor fábrica siderúrgica de Europa. 'El monstruo', como la llaman en la zona, da trabajo a más de 20.000 personas. Familias y pueblos enteros con un futuro tan negro como los humos que vierte al aire cada día.
Cuando hace ahora un mes un juez ordenó cerrar seis de los ocho altos hornos de la fábrica al considerar que dañaba gravemente el medio ambiente, los trabajadores y sus familias se alzaron en una protesta insólita hasta ahora en Italia. "Prefiero morir de cáncer que de hambre", gritaban. El Gobierno italiano se ha comprometido a invertir unos 200 millones de euros, pero el futuro de los trabajadores sigue en el aire.
Todo comenzó hace cuatro años a partir de un trozo de queso comprado en la zona y analizado por Peacelink, una asociación ciudadana que desde hace años intenta llamar la atención sobre los problemas medioambientales que genera la fábrica. Tras la denuncia, una investigación de la Fiscalía de Taranto descubrió un entramado de corrupción en el que están envueltos altos cargos de la empresa, funcionarios y políticos locales. Durante años los responsables de la fábrica se saltaron por alto los controles pagando a peritos y funcionarios para que hicieran la vista gorda y dieran el visto bueno a informes falsos, según revelan documentos que están siendo investigados por los fiscales.
Las chimeneas de esta inmensa fábrica vierten al exterior 33.000 toneladas de productos nocivos, el 93% de todas las emisiones contaminantes de Italia. Según un estudio, en los últimos siete años 11.000 personas habrían muerto en la zona por enfermedades relacionadas con los gases nocivos que emite al exterior. Se trata sobre todo de enfermedades cardiovasculares y tumores. Los casos de cáncer infantil representan un 25% más que en el resto de Italia. Los gases contaminan todo: la comida, el aire e incluso la leche de las mujeres con la que amamantan a sus hijos. Y aún así, la gente exige que el Ejecutivo intervenga para que 'el monstruo' siga funcionando.
"No quiero morir de cáncer pero tampoco de hambre" decía uno de los obreros al Corriere della Sera durante una manifestación contra el cierre de la fábrica. "El trabajo no se toca", escribió Alessandro Mancarella, trabajador del IVA de 34 años, en una carta publicada en un periódico local. Trabajo o salud, difícil elección. La mayoría de los vecinos de la zona defienden la segunda pero a condición de que se garantice un futuro a Táranto.
http://www.elmundo.es
¿Hasta qué punto debe estar desesperado un trabajador para encerrarse a 400 metros bajo tierra con más de 600 kg de explosivos para defender su empleo? ¿Quién aceptaría vivir y trabajar en una zona con alta concentración de gases tóxicos poniendo en grave riesgo su salud a cambio de no ir al paro?
En Italia la crisis está llevando a cientos de trabajadores a extremos desesperados para evitar que la recesión les aboque a situaciones aún más críticas. Hace cuatro días, más de un centenar de mineros de Cerdeña se encerraron en una mina de carbón para pedir al Gobierno que garantice el futuro de sus empleos. Mientras, en Taranto, en el sur de Italia, miles de trabajadores continúan protestando contra la decisión de un juez de cerrar parte de una empresa siderúrgica –la mayor de Europa- por no respetar las medidas de seguridad y emitir gases tóxicos contaminantes, lo que habría provocado, según un estudio, 11.000 muertes en los últimos años.
"Estamos preparados para permanecer aquí hasta que obtengamos una respuesta del Gobierno que asegure el futuro de la mina", dice Sandro Mereu, un minero de 54 años con casi 30 de experiencia. Un futuro incierto por el que están dispuestos a todo. "No nos hagáis perder la razón... es la razón para vivir" se puede leer en un cartel colocado a la entrada del pozo Nuraxi Figus, a unos 70 kilómetros de Cagliari. Pero la razón la pueden empezar a perder si desde Roma no llega pronto una respuesta a su demanda.
Desde el pasado domingo Mereu junto con un centenar de compañeros, permanece encerrado en un pozo a la espera de que el Gobierno les escuche. Reclaman el desbloqueo de un proyecto conjunto entre Enel y su empresa, Carbosulcis, para construir una central eléctrica alimentada por carbón, lo que les permitiría diversificarse y garantizaría su futuro.
"Estamos tan desesperados como para defender con dientes un trabajo de desesperados", dice al periódico 'La Repubblica' Antonello Cherchi, que trabaja bajo tierra desde hace 32 años. "La mina no es una fábrica, es una sociedad paralela, solidaria pero muy dura". Vivir sin sol "no es vida" dice Cherchi, pero "si quieres mantener a la familia, tienes que luchar para conservar este trabajo y esperar que un día tu hijo pueda entrar en la mina, porque aunque ha ido a la universidad y ha buscado trabajo incluso en el extranjero, no ha encontrado nada".
Un gesto desesperado
Tan desesperados como para cortarse las venas de una muñeca en un gesto dramático. "¿Es esto lo que tenemos qué hacer? ¿Nos tenemos que cortar?", grita Stefano Miletti, uno de los líderes de la protesta, mientras se autolesiona delante de los periodistas que aguardan frente a la mina.
Un gesto que demuestra el nerviosismo que se vive dentro del pozo y que ha sorprendido a sus propios compañeros de encierro. Miletti fue traslado inmediatamente a un centro hospitalario donde permanece en observación. Su estado no reviste gravedad, pero dentro de la mina, la presión continúa. "Estamos dispuestos a todo", dice Giancarlo Sau mientras mira de reojo a la habitación blindada que almacena los más de 600 kg. de explosivos y 1.200 detonadores.
Los mineros han recibido la solidaridad del presidente de la República, Giorgio Napolitano, que se ha mostrado "profundamente partícipe" de su lucha. Pero desde Roma el futuro de la mina se ve borroso. "El proyecto de reconversión no se mantiene porque costaría unos 250 millones de euros al año durante ocho años" asegura el subsecretario de Economía, Claudio De Vincenti. El Ejecutivo está trabajando en una alternativa para los trabajadores de la zona pero los mineros quieren hechos y no palabras. Aseguran que continuarán con su encierro porque la alternativa, a día de hoy, es el paro.
Hasta 11.000 muertos por gases nocivos en siete años
A más de 1.000 kilómetros de distancia de los mineros, en Táranto, en el sur de Italia, miles de personas protestan desde hace meses por el cierre parcial de la mayor fábrica siderúrgica de Europa. 'El monstruo', como la llaman en la zona, da trabajo a más de 20.000 personas. Familias y pueblos enteros con un futuro tan negro como los humos que vierte al aire cada día.
Cuando hace ahora un mes un juez ordenó cerrar seis de los ocho altos hornos de la fábrica al considerar que dañaba gravemente el medio ambiente, los trabajadores y sus familias se alzaron en una protesta insólita hasta ahora en Italia. "Prefiero morir de cáncer que de hambre", gritaban. El Gobierno italiano se ha comprometido a invertir unos 200 millones de euros, pero el futuro de los trabajadores sigue en el aire.
Todo comenzó hace cuatro años a partir de un trozo de queso comprado en la zona y analizado por Peacelink, una asociación ciudadana que desde hace años intenta llamar la atención sobre los problemas medioambientales que genera la fábrica. Tras la denuncia, una investigación de la Fiscalía de Taranto descubrió un entramado de corrupción en el que están envueltos altos cargos de la empresa, funcionarios y políticos locales. Durante años los responsables de la fábrica se saltaron por alto los controles pagando a peritos y funcionarios para que hicieran la vista gorda y dieran el visto bueno a informes falsos, según revelan documentos que están siendo investigados por los fiscales.
Las chimeneas de esta inmensa fábrica vierten al exterior 33.000 toneladas de productos nocivos, el 93% de todas las emisiones contaminantes de Italia. Según un estudio, en los últimos siete años 11.000 personas habrían muerto en la zona por enfermedades relacionadas con los gases nocivos que emite al exterior. Se trata sobre todo de enfermedades cardiovasculares y tumores. Los casos de cáncer infantil representan un 25% más que en el resto de Italia. Los gases contaminan todo: la comida, el aire e incluso la leche de las mujeres con la que amamantan a sus hijos. Y aún así, la gente exige que el Ejecutivo intervenga para que 'el monstruo' siga funcionando.
"No quiero morir de cáncer pero tampoco de hambre" decía uno de los obreros al Corriere della Sera durante una manifestación contra el cierre de la fábrica. "El trabajo no se toca", escribió Alessandro Mancarella, trabajador del IVA de 34 años, en una carta publicada en un periódico local. Trabajo o salud, difícil elección. La mayoría de los vecinos de la zona defienden la segunda pero a condición de que se garantice un futuro a Táranto.
http://www.elmundo.es
