La oposición ya tiene un jefe: Schoklender
La política se resiste a encuadrarse en el sistema de partida doble. Es decir, no siempre los pasivos del Gobierno son activos de la oposición. Un caso: Sergio Schoklender.
Es obvio que el administrador de las Madres de Plaza de Mayo constituye mucho más que una incomodidad en la marcha triunfal oficialista. No hacían falta las extorsiones. Tampoco las fechorías con fondos públicos. Aun si la administración del presupuesto fuera la correcta, el escándalo Schoklender habría revelado un submundo impresentable: trabajadores en negro contratados por una organización de derechos humanos que se convirtió, gracias a la tercerización estatal, en la primera empleadora del mercado de la construcción.
Por culpa de Schoklender y Hebe de Bonafini, y el Gobierno que los habilitó, la bandera de los derechos humanos terminó envolviendo una doble explotación: la de los albañiles precarizados y la de los aspirantes a tener una vivienda. Cristina Kirchner prefirió poner un océano de distancia con ese lodazal, y corrió a identificar su campaña con la condecoración de la Unesco a Estela de Carlotto. Ajena a esos desvelos, Bonafini se niega a salir de escena, aunque sea hasta octubre. Ayer siguió vociferando contra Schoklender y, después de un par de insultos, contra "el enemigo": los diarios LA NACION y Clarín, que informan sobre sus desaguisados. Recuerdos de Randazzo.
Los candidatos de la oposición tenían todo para ganar con la contracampaña oficialista de Schoklender . Pero siguen empeñados en perder. Frustrados con sus denuncias de fraude, radicales y duhaldistas dieron otro manotazo de ahogado ofreciendo al operador de Bonafini el escenario del Congreso para que politice su chantaje. Schoklender, para quien el abuso de confianza no tiene secretos, aceptó la invitación y, subido a la tribuna, advirtió: "Se necesita equilibrio en el Congreso para evitar una monarquía", advirtió. Le faltaba la toga. ¿Qué menos podía hacer que retribuir las atenciones pidiendo el voto para quienes lo estaban convocando?
Schoklender debería valorar más el desequilibrio del Congreso. Gracias a que los legisladores estaban distraídos él pudo comprar aviones, yates y casas, además de darse una vuelta por el casino de tanto en tanto (es imperdonable que Cristóbal López no haya avisado de esas visitas en Olivos). Pero Dios escribe derecho sobre renglones torcidos: gracias al arrebato extorsivo de Schoklender los diputados despertaron a los desmanejos de los planes de viviendas, y el juez Oyarbide , en quien Bonafini dijo tener depositada su confianza, comenzó a preguntarse sobre cuentas y contratos de las Madres.
Para la política son detalles. El truculento Schoklender ya no es sólo un activo tóxico del Frente para la Victoria. Ahora la oposición lo comparte, como jefe de campaña. El riesgo que entraña la jugada dividió a los candidatos. El duhaldismo, encabezado por Graciela Camaño, montó el escenario. Los radicales, aunque divididos en su seno, se subieron. El Frente Progresista de Hermes Binner y Margarita Stolbizer se negó a participar, pero más tarde cedió.
El peligro es obvio. Schoklender no es un denunciante. Ni siquiera un arrepentido. Su apego a la verdad tiene el límite de la autoincriminación. Hasta ahora sus acusaciones han estado contaminadas por intereses particulares: aunque el secretario de Obras Públicas , José López, haya pedido coimas, es obvio que el dueño de Meldorek está enardecido con él porque interrumpió el flujo de fondos hacia su empresa. Otro dilema: una vez que hable Schoklender, ¿citarán también a Bonafini? ¿O la oposición la revistió con el mismo manto de impunidad que impidió al Poder Ejecutivo saber qué hacía con el dinero público?
Tal vez éstos sean los reparos de Binner. Y algunos otros. Como el dios Hermes, él es un candidato bifronte: dirige la campaña a la presidencia y vela por los intereses de Santa Fe, provincia en la que está ganando Cristina Kirchner. Durante la gobernación de Antonio Bonfatti el PJ controlará la Legislatura. Es comprensible que Binner pida por carta conversar con el Gobierno. Aunque ese dialoguismo se lleve mal con la captura del voto opositor.
Hay otro motivo para la moderación socialista. El intendente de Rosario, Miguel Lifschitz, suscribió el programa Sueños Compartidos. Desde hace tres meses los trabajadores contratados por las Madres montan protestas delante de su despacho, sin que el gobierno nacional gire los fondos prometidos. En la misma trampa está Mauricio Macri, que heredó el acuerdo inaugural de Jorge Telerman, Gabriela Cerruti y Enrique Rodríguez con Bonafini y Schoklender.
El escabroso affaire de las Madres es sólo uno de los despeñaderos en los que pueden rodar los rivales de la Presidenta. Impedidos de reunir fuerzas por el decreto que reglamentó las internas, caminan hacia las elecciones generales encorvados bajo la mochila del 14 de agosto. El porcentaje obtenido los priva de un indispensable recurso de campaña: la simulación de que se puede ganar. Cada entrevista se transforma en una oportunidad para explicar carencias y analizar la derrota inexorable. Sólo un genio maligno pudo imaginar semejante pesadilla.
¿Cuál es el eslogan eficaz para salir del abismo del 12, del 10 o del 8%? El candidato radical descartó, muerto de risa, varios de los que le enviaban sus creativos. El más cómico fue "Alfonsín: más fuerte que nunca". Para peor, los correligionarios de Mendoza, La Pampa y Entre Ríos alientan el corte de boleta. Algo parecido le sucede a Elisa Carrió. Patricia Bullrich coquetea con el macrismo, y otros diputados la abandonan por razones que descubrieron después de la derrota.
Duhalde no está mejor. Muchos de los punteros que lo apoyaron apostando a un ballottage están a la espera de un llamado kirchnerista con la oferta de un contrato.
Francisco de Narváez, con esa velocidad de decisión que se adquiere en las empresas, cambió de marketing. Ahora en sus carteles compiten el naranja (color de Scioli), con el colorado (el propio, claro). Debajo, una leyenda: "A ella también le conviene un cambio". Síntesis: De Narváez no esperó a que se pasen los punteros. Se pasó él. En adelante pedirá el voto para la Presidenta.
La pirueta de De Narváez, el aprovechamiento de Schoklender, la fuga desesperada exhiben a los dirigentes de la oposición en estado de furcio permanente. No es difícil de explicar. Hay caídas electorales plenas de significado. Cuando la idea que defiende un líder resulta impopular, la marcha se prolonga, pero no se vuelve prescindible. Pero si la concepción que preside la carrera es muy borrosa -o se parece demasiado a la del triunfador-, perder se vuelve insoportable.
El poder suele justificarse por sí mismo. La derrota necesita de una visión para tener algún sentido. Desprovistos de una causa, muchos candidatos navegan hacia un drama: no saben por qué pierden.
Por Carlos Pagni | LA NACION
http://www.lanacion.com.ar
La política se resiste a encuadrarse en el sistema de partida doble. Es decir, no siempre los pasivos del Gobierno son activos de la oposición. Un caso: Sergio Schoklender.
Es obvio que el administrador de las Madres de Plaza de Mayo constituye mucho más que una incomodidad en la marcha triunfal oficialista. No hacían falta las extorsiones. Tampoco las fechorías con fondos públicos. Aun si la administración del presupuesto fuera la correcta, el escándalo Schoklender habría revelado un submundo impresentable: trabajadores en negro contratados por una organización de derechos humanos que se convirtió, gracias a la tercerización estatal, en la primera empleadora del mercado de la construcción.
Por culpa de Schoklender y Hebe de Bonafini, y el Gobierno que los habilitó, la bandera de los derechos humanos terminó envolviendo una doble explotación: la de los albañiles precarizados y la de los aspirantes a tener una vivienda. Cristina Kirchner prefirió poner un océano de distancia con ese lodazal, y corrió a identificar su campaña con la condecoración de la Unesco a Estela de Carlotto. Ajena a esos desvelos, Bonafini se niega a salir de escena, aunque sea hasta octubre. Ayer siguió vociferando contra Schoklender y, después de un par de insultos, contra "el enemigo": los diarios LA NACION y Clarín, que informan sobre sus desaguisados. Recuerdos de Randazzo.
Los candidatos de la oposición tenían todo para ganar con la contracampaña oficialista de Schoklender . Pero siguen empeñados en perder. Frustrados con sus denuncias de fraude, radicales y duhaldistas dieron otro manotazo de ahogado ofreciendo al operador de Bonafini el escenario del Congreso para que politice su chantaje. Schoklender, para quien el abuso de confianza no tiene secretos, aceptó la invitación y, subido a la tribuna, advirtió: "Se necesita equilibrio en el Congreso para evitar una monarquía", advirtió. Le faltaba la toga. ¿Qué menos podía hacer que retribuir las atenciones pidiendo el voto para quienes lo estaban convocando?
Schoklender debería valorar más el desequilibrio del Congreso. Gracias a que los legisladores estaban distraídos él pudo comprar aviones, yates y casas, además de darse una vuelta por el casino de tanto en tanto (es imperdonable que Cristóbal López no haya avisado de esas visitas en Olivos). Pero Dios escribe derecho sobre renglones torcidos: gracias al arrebato extorsivo de Schoklender los diputados despertaron a los desmanejos de los planes de viviendas, y el juez Oyarbide , en quien Bonafini dijo tener depositada su confianza, comenzó a preguntarse sobre cuentas y contratos de las Madres.
Para la política son detalles. El truculento Schoklender ya no es sólo un activo tóxico del Frente para la Victoria. Ahora la oposición lo comparte, como jefe de campaña. El riesgo que entraña la jugada dividió a los candidatos. El duhaldismo, encabezado por Graciela Camaño, montó el escenario. Los radicales, aunque divididos en su seno, se subieron. El Frente Progresista de Hermes Binner y Margarita Stolbizer se negó a participar, pero más tarde cedió.
El peligro es obvio. Schoklender no es un denunciante. Ni siquiera un arrepentido. Su apego a la verdad tiene el límite de la autoincriminación. Hasta ahora sus acusaciones han estado contaminadas por intereses particulares: aunque el secretario de Obras Públicas , José López, haya pedido coimas, es obvio que el dueño de Meldorek está enardecido con él porque interrumpió el flujo de fondos hacia su empresa. Otro dilema: una vez que hable Schoklender, ¿citarán también a Bonafini? ¿O la oposición la revistió con el mismo manto de impunidad que impidió al Poder Ejecutivo saber qué hacía con el dinero público?
Tal vez éstos sean los reparos de Binner. Y algunos otros. Como el dios Hermes, él es un candidato bifronte: dirige la campaña a la presidencia y vela por los intereses de Santa Fe, provincia en la que está ganando Cristina Kirchner. Durante la gobernación de Antonio Bonfatti el PJ controlará la Legislatura. Es comprensible que Binner pida por carta conversar con el Gobierno. Aunque ese dialoguismo se lleve mal con la captura del voto opositor.
Hay otro motivo para la moderación socialista. El intendente de Rosario, Miguel Lifschitz, suscribió el programa Sueños Compartidos. Desde hace tres meses los trabajadores contratados por las Madres montan protestas delante de su despacho, sin que el gobierno nacional gire los fondos prometidos. En la misma trampa está Mauricio Macri, que heredó el acuerdo inaugural de Jorge Telerman, Gabriela Cerruti y Enrique Rodríguez con Bonafini y Schoklender.
El escabroso affaire de las Madres es sólo uno de los despeñaderos en los que pueden rodar los rivales de la Presidenta. Impedidos de reunir fuerzas por el decreto que reglamentó las internas, caminan hacia las elecciones generales encorvados bajo la mochila del 14 de agosto. El porcentaje obtenido los priva de un indispensable recurso de campaña: la simulación de que se puede ganar. Cada entrevista se transforma en una oportunidad para explicar carencias y analizar la derrota inexorable. Sólo un genio maligno pudo imaginar semejante pesadilla.
¿Cuál es el eslogan eficaz para salir del abismo del 12, del 10 o del 8%? El candidato radical descartó, muerto de risa, varios de los que le enviaban sus creativos. El más cómico fue "Alfonsín: más fuerte que nunca". Para peor, los correligionarios de Mendoza, La Pampa y Entre Ríos alientan el corte de boleta. Algo parecido le sucede a Elisa Carrió. Patricia Bullrich coquetea con el macrismo, y otros diputados la abandonan por razones que descubrieron después de la derrota.
Duhalde no está mejor. Muchos de los punteros que lo apoyaron apostando a un ballottage están a la espera de un llamado kirchnerista con la oferta de un contrato.
Francisco de Narváez, con esa velocidad de decisión que se adquiere en las empresas, cambió de marketing. Ahora en sus carteles compiten el naranja (color de Scioli), con el colorado (el propio, claro). Debajo, una leyenda: "A ella también le conviene un cambio". Síntesis: De Narváez no esperó a que se pasen los punteros. Se pasó él. En adelante pedirá el voto para la Presidenta.
La pirueta de De Narváez, el aprovechamiento de Schoklender, la fuga desesperada exhiben a los dirigentes de la oposición en estado de furcio permanente. No es difícil de explicar. Hay caídas electorales plenas de significado. Cuando la idea que defiende un líder resulta impopular, la marcha se prolonga, pero no se vuelve prescindible. Pero si la concepción que preside la carrera es muy borrosa -o se parece demasiado a la del triunfador-, perder se vuelve insoportable.
El poder suele justificarse por sí mismo. La derrota necesita de una visión para tener algún sentido. Desprovistos de una causa, muchos candidatos navegan hacia un drama: no saben por qué pierden.
Por Carlos Pagni | LA NACION
http://www.lanacion.com.ar